Ráfagas en el Zambeze

A lo largo de un camino que se ha concentrado una y otra vez en la búsqueda del accidente que aparece de improviso, mientras el color discurre por el soporte y las líneas insinúan esqueletos, ya móviles -permitiendo a la obra desplazarse hacia su propio interior-, ya limítrofes, como las que usan los cartógrafos para entregar a la especie humana la ilusión del conocimiento, a José le resulta difícil tratar de explicar con sus palabras lo que acontece en esa errancia que marca tanto su trayectoria, como cada una de sus obras.

Cada una en su momento, se inició -e inicia- con un rito propiciatorio mediante el que se dispone a dejarse llevar por lo que el color y las líneas provocan, hasta que el tan deseado accidente se presenta. Entonces, y sólo entonces, su oficio e intuición se confabulan para atraer a otro y a otro más. A veces, su avidez exige -voraz e ilimitada- más. En ocasiones lo hace derrapar y la criatura termina engullida por un torbellino, a la manera en que lo hace el Maelström 1 . Así, acaba por perderse todo.

 

 

O bien se empeña en el rescate, haciendo del naufragio un balbuceo perdido o un canto. Otrasveces algo le dice “detente”, y él, escucha. La muestra que esta publicación hospitalariamente acoge, está constituida por algunas de las criaturas supervivientes; por accidentes arbitrarios y triunfantes que se pavonean ante la mirada de quienes gozan de aquello que no se puede agotar de un golpe, ni con palabras; de las incursiones de un navío que se aventura en otro mundo, gracias a que sus velas están/son rotas.

 

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